Mis apuntes
sobre la Navidad
Por Samuel Santiesteban.
Nací en la cuna de unos pastores evangélicos y he conocido cristianos durante toda mi vida. Recientemente me he dado cuenta de las distintas opiniones que existen entre ellos sobre el sentido y la celebración que tiene la Navidad.
Tales opiniones y criterios van desde un extremo al otro; mientras algunos la celebran casi que con el sentir y la onda mundial de una fiesta pagana, otros van a los extremos de debatir y oponerse a todo tipo de celebración, adornos y festejos que esta época conlleva.
Aprendí desde niño a celebrar la Navidad en Cuba, eran tiempos de mucha escasez y de mucha represión para los cristianos. La Navidad en la isla era una celebración cristiana y no pagana. No estábamos al tanto de rebajas comerciales, no se veían tiendas adornadas, ni árboles, ni Santa Claus, apenas regalos, y tampoco cenas con extrema abundancia. Realmente eran unas Navidades que se celebraban dentro de los templos evangélicos y con programas y cantatas que eran muy Cristo-céntricas en aquellos tiempos.
No hay otra historia de un nacimiento que satisfaga más mi corazón y mente, como la historia que la Navidad del
niño-Dios tiene.
Invito al lector a pensar conmigo. El Creador del Universo, la Primera Causa de todas las cosas, la fuerza y la energía más grande de todo lo que existe, se humana, viene a nosotros en forma de bebé, nace en un portal de Belén, entre hojas secas, animales, comida para el ganado y algo de estiércol regado.
¡El Rey del Universo nace en un pesebre! Aquel, que en verdad tiene todo el poder, no lo ostenta, porque su esencia no es la especulación ni el espectáculo. (Lucas 4:9). No trata de impresionar con toda su gloria y dominio a los moradores de la tierra, a la cual baja, a donde desciende, se humilla y nace con el único fin de terminar dejándose crucificar en una cruz, por nuestras más horribles miserias. (Juan 3:15).
Su plan divino es mostrar su amor y su gracia a favor de almas pecadoras, destituidas de la Gloria de Dios y destinadas a una muerte eterna. (Romanos 3:23).
El Dios que mantiene a millones de galaxias y a billones de estrellas corriendo en todo el universo infinito a velocidades cercanas a los 300.000 km/segundo, baja en forma de bebé y se deja adorar por María, por José y en su divina providencia escoge a unos pastores humildes que velaban sus ovejas, en las vigilias de la noche y les hace saber del nacimiento más inolvidable de toda la historia de los hombres en esta tierra.
La vida de aquel bebé se desarrolla como la de un niño normal, y solo la Biblia nos relata que “Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (Lucas 2:52).
A los 33 años de vida profetiza su muerte, y de una manera divina y celestial declara lo siguiente: “Nadie me quita la vida, sino que yo la entrego por mi propia voluntad. Tengo autoridad para entregarla, y tengo también autoridad para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre.” (Juan 10:18).
Esta es la ironía de Dios en la Navidad. Cristo no nace para tanta celebración y alegría, como para ir a una muerte, y muerte de cruz. (Filipenses 2:8). Este es el mensaje inverso que el pecador en su necedad y su pecado atroz; no puede aún procesar, no puede pensar, ni disfrutar y/o celebrar. Es mucho más importante su cruz que su pesebre, y pesa mucho más su muerte que su nacimiento.
¿Qué le parece a usted? ¿Acaso, no es una historia fuera de serie? Aquel que más poder tiene se humilla y se hace humano por nosotros, los más indignos y miserables de esta tierra. ¡La ironía de Dios en la Navidad! Es el Dios que se goza con aquellas almas que por Su fe, en Él creen; y que por su gracia irresistible las encuentra, las conquista y las salva. Este es el niño-Dios que un día nació en Belén de Judea para reconciliarnos con el Padre-Dios, que nos ama.
Que cada cual celebre la Navidad como quiera, como la entienda, como la sienta, y en libertad; pero no olvidemos su cruz nunca, en plena Navidad. En medio de la celebración de su nacimiento, recordemos que un día Él nació en nuestros corazones, para regenerar nuestro deseo natural por el pecar, para convertirnos de nuestra necedad, y darnos Luz de Dios en nuestras más terribles tinieblas.
(Juan 1:5).
Para los hijos de Dios, siempre será la Navidad un nuevo comienzo, la conmemoración del nacimiento de una nueva criatura que celebra con gozo el sentido más profundo y redentor que la Navidad tiene.